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No conocimos a Jennifer, la madre biológica de nuestros hijos, Isaías y Samuel, en las circunstancias habituales para las que nos había preparado Nueva Vida. Recibimos una llamada de nuestro asistente social informándonos de que una madre, que estaba muy avanzada en su embarazo, nos había elegido y quería conocernos. El día de la reunión prevista recibimos otra llamada informándonos de que en la reunión no sólo conoceríamos a Jennifer, sino que también conoceríamos a nuestro primer hijo, Isaías, porque había nacido esa mañana. Nos quedamos de piedra y nos alegramos muchísimo. Nos enamoramos inmediatamente de Jennifer y de Isaías, que quedó a nuestro cuidado. Quince meses después, su hermano Samuel también quedó a nuestro cuidado.
Jennifer tiene un historial de drogadicción que existió antes y durante el embarazo de nuestros dos hijos. Mientras estaba embarazada de Samuel, rezábamos constantemente por su bienestar y el de él. Es difícil estar en esta situación. Para la mayoría de la gente habría sido fácil enfadarse con la madre biológica por esos comportamientos, y mentiría si dijera que no estábamos enfadados, pero sobre todo estábamos preocupados por ella. Cuando entras en una relación de adopción abierta, no sólo adoptas al niño, sino también a la madre. Jennifer es nuestra familia y queremos que esté completa.
Durante los últimos seis años hemos experimentado una inmensa angustia y una alegría abrumadora en nuestra relación con Jennifer. Ha habido numerosas reuniones planificadas a las que faltó y periodos (años) sin verla ni saber nada de ella. Ahora, sin embargo, se encuentra en un buen momento. La invitamos a nuestra casa en Pascua (¡vino!) y fuimos a verla en Navidad. Estos buenos momentos eclipsan en gran medida los malos, no sólo a nuestros ojos, sino también a los de Isaías y Samuel. ¿Querría que algo cambiara en la relación que compartimos con Jennifer? No, creo que no. Las pruebas por las que hemos pasado para tener una relación con ella nos han hecho mejores padres, más pacientes, a la larga. La amamos tanto en sus momentos buenos como en los malos, como Jesús nos ama a nosotros.
Michael y Tammi, padres adoptivos
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